Hi-Yo, Silver, away!

Los que ya tienen una cierta edad, recordarán aquella mítica serie norteamericana titulada «The Lone Ranger», o traducida al castellano «El Llanero Solitario». La historia trataba de un Ranger de Texas enmascarado, que después de haber sufrido una emboscada, donde murieron sus compañeros, se dedicó a impartir justicia, ayudado por su caballo Silver y un nativo americano apodado Toro. Esta serie hacía pasar a las familias un buen rato agradable frente al televisor. ¿Quién no recuerda el grito de guerra del Llanero Solitario?: Hi-Yo, Silver away! Todos los nacidos en la Generación del Baby Boom y la Generación X, y que hemos jugado a indios y vaqueros, habremos gritado por las calles de nuestros barrios: —Hi-Yo, Silver, away! sin saber muy bien que quería decir, pero empoderados por esa dichosa frase.

La idea de un justiciero solitario, que atrapa a los malos y restablece el bien y la justicia, es tan romántica, que ha inspirado, en todo tiempo, otras muchas historias similares, como las del Robin Hood o El Zorro, y más recientemente toda la retahíla de superhéroes de los cómics DC o similares.

En el año 2014, defendí mi Tesina de Máster, en la Facultat de Teología de Catalunya, donde trataba el tema de las comunidades de fe carismáticas y pentecostales en la comarca del Barcelonés. Durante toda mi investigación, una constante retumbaba en mi cabeza, y era la pregunta que me hacían los entrevistados: —¿Por qué hay tantos lugares de culto evangélicos, si sólo sois el 1% de la población? —.

A esta situación la acabé apodando «El Síndrome del Llanero Solitario». ¿Por qué? Porque en ciudades como la mía, Sta. Coloma de Gramenet, llegaron a haber 30 iglesias evangélicas, donde la inmensa mayoría de pastores ni nos conocíamos entre nosotros, dando la sensación de que cada pastor, cada iglesia, cada comunidad de fe, fuese un auténtico Llanero Solitario, que quisiera establecer el Reino de Dios y su justicia por su cuenta y riesgo, sin contar con nadie más, y sin darnos cuenta de que esa situación nos llevó al establecimiento de la Ley 16/2009 del 22 de julio sobre los centros de culto en Cataluña.

Han pasado los años, y esa sensación persiste: llaneros solitarios y héroes anónimos por cuenta y riesgo. Creemos que por estar inscritos en FEREDE o pertenecer a una denominación fuerte que nos respalda ya está todo hecho. Pero no, no es así y os explicaré el por qué: vivimos en la zona geográfica de Europa más secularizada. Eso significa que vivimos en el lugar donde más gente perdió el interés por Jesús y su mensaje. Y si a eso le agregamos que su Iglesia trabaja cada uno en su pequeña parcela, sin contar con el otro, nos encontramos con la paradoja de que todo nuestro esfuerzo es como querer llenar de agua cestas de mimbre.

No me malinterpretes, no estoy en contra de saturar Cataluña de lugares de culto evangélicos, estoy en contra de: trabajar por mi cuenta y riesgo, de creerme mejor, más sano, más doctrinal, más santo, más ungido, más bendecido y más cristiano que el otro, y te diré algo interesante: Una casa dividida... El que tenga oídos, oiga y entienda.

Ningún imperio conquistó territorios sin haber pactado antes con nativos que entendieran la causa y de esa forma fueran beneficiados unos y otros. Nosotros queremos conquistar Cataluña para el Reino de Dios. Y eso sólo será posible si pactamos con nuestras iglesias más cercanas, y formamos una auténtica red. El tiempo de los llaneros solitarios se acabó. Para plantar cara a la maldad creciente, necesitamos comenzar ya a practicar que somos ese cuerpo místico de Cristo. Y desde mi punto de vista, el Consell Evangèlic de Catalunya, es la herramienta de unidad, donde todos nos verán como uno en Cristo, y ahí está nuestra fuerza.

Daniel Trallero
Pastor Evangélico

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