El evangelio de Marcos, en su capítulo 9, como los otros evangelios sinópticos, nos da a conocer la historia de un padre decepcionado por los discípulos de Jesús.
El evangelio de Marcos, en su capítulo 9, como los otros evangelios sinópticos, nos da a conocer la historia de un padre decepcionado por los discípulos de Jesús.
Los antecedentes de esta historia los encontramos en la transfiguración de Jesús. Acompañado por tres de sus discípulos Jesús sube a una montaña y, en un momento determinado Dios, se manifiesta de una manera sobrenatural en medio de una nube, tal y como siempre se recopilan las manifestaciones de Dios en el Antiguo Testamento-.
Después de aquella experiencia inigualable, Jesús y sus discípulos bajan de la montaña y se encuentran con una escena patética. Un hombre pidió a los discípulos de Jesús que sanen su hijo enfermo. Los discípulos han sido incapaces de conseguirlo. El resultado de esta situación lleva a los asistentes a discutir abiertamente con los discípulos de Jesús. Tan animados están en sus discusiones que ni se dan cuenta de la presencia de Jesús hasta que salen corriendo para ir a encontrarlo.
El padre del chico explica a Jesús qué ha sucedido.
Jesús queda decepcionado por la derrota de sus discípulos pero, en lugar de quedarse sobre sus pies lamentándose, pasa a la acción.
Y aquí es cuando entra en escena la fe de este padre.
Decepcionado por los discípulos de Jesús se hubiera podido quedar pasivamente mirando la escena a ver qué pasaba. Pero en lugar de quedarse sobre sus pies lamentándose del fracaso de los discípulos de Jesús decide pasar a la acción. Pide a Jesús una doble intervención. Le pide que cure a su hijo y que lo libere a él de su desánimo.
La historia bíblica referida en los otros dos evangélicos sinópticos no añade mucha más información. Sólo Lucas nos aporta el dato de que, después de este milagro, Jesús dirigió de nuevo el chico a su padre porque en siguiera cuidando.
Nuestro cristianismo imperfecto puede llevar a que otros se decepcionen de nuestro testimonio por nuestra falta de fe. Pero es que la verdadera solución no está en los creyentes. La verdadera solución está en Jesús y en cada una de las personas que se le quiere acercar.
Quien se le acerque, que lo haga como este padre: Que el fracaso de los discípulos no sea un obstáculo para llegar hasta Dios, aunque sea pidiendo que nos libere de nuestro propio desánimo.
Este pasaje bíblico nos muestra que cuando la acción es más fuerte que el desánimo la respuesta de Dios es más clara en nuestro corazón.