La pregunta es clara y aterradora. ¿Qué pasa con los pobres? O si se quiere, ¿qué pasaba, qué pasa y qué seguirá pasando con los pobres?
La pregunta acepta, desgraciadamente, todos los tiempos del verbo para que la respuesta de hace veinte años, hace diez años, del año pasado, de hoy, de mañana sea siempre la misma: El 20% de nuestra sociedad vive en la pobreza y este porcentaje no se ha modificado sustancialmente ni en el mejor momento del ciclo de crecimiento económico.
Ahora el drama ya no son los pobres en general. Ahora el drama es la pobreza extrema. Los que no tienen qué comer. Los que viven toda la familia en una habitación. Quienes trabajando son pobres. Por no hablar de los que no tienen trabajo ni la tendrán en el futuro más inmediato.
Estos son sólo unos ejemplos para que la lista la podemos alargar tanto como queramos y casi siempre correremos el peligro de dejarnos algún colectivo sin mencionar.
En estos momentos todas las medidas de impacto son pocas y todas las que podamos poner sobre la mesa serán bienvenidas porque nunca serán suficientes ante una necesidad que se pierde en el horizonte.
Pero la cuestión es más profunda.
¿Por qué el Estado no es capaz de dar respuesta a la permanente pobreza estructural?
¿Como distribuyen los presupuestos que aumentan los déficits pero no reducimos los niveles de pobreza?
¿Por qué en los países de nuestro entorno han hecho las cosas mejor y nosotros seguimos igual o peor que antes?
Damos gracias a Dios porque las familias, la sociedad civil organizada y la Iglesia dan respuestas cuando el Estado no llega donde tiene que llegar pero se deben cuestionar los presupuestos públicos de todas las administraciones porque el problema sigue sobre la mesa.
Hasta que los presupuestos de todas las administraciones no estén dirigidos a cambiar esta situación serán cómplices de la pobreza.
OPINIÓN | Silbo Apacible
por Guillem Correa,
Pastor en Barcelona y Secretario General del CEC